Traductor elector
Traducir es un tropiezo constante con la elección. Cuando vertemos un texto de un idioma a otro nos encontramos con que, desde la primera palabra de la primera página, se abre ante nosotros un abanico más o menos amplio de alternativas que nos obliga a elegir, a adoptar un criterio y privilegiar ciertos matices o significados frente a otros, también contenidos en el original. De aquí que se suela decir que las traducciones son menos ambiguas que sus originales. Si algo se pierde en la traducción, concede el traductor Manuel Borrás en Pedir la luna. Una reflexión colectiva sobre el arte de traducir, es precisamente ambigüedad.
En chino, la palabra 推敲 [tuī qiāo], que quiere decir sopesar, ponderar, deliberar, se compone a su vez de otros dos verbos: El primero de ellos (推) significa empujar; el segundo (敲) es llamar a una puerta. ¿Qué derroteros etimológicos siguieron empujar y llamar para acabar recogidos juntos en el diccionario con el significado de deliberar?
Nos dice la leyenda (y en este caso, la etimología) que, en tiempos de la dinastía Tang (618-907), estaba el poeta Jia Dao (贾岛, 779-843) en Chang'an para presentarse a los exámenes imperiales, cuando la inspiración le asaltó a lomos de un burro y compuso unos versos improvisados. Uno de esos versos describía a un bonzo empujando una puerta bajo la luz de la luna (僧推月下门), pero el poeta dudó. El verbo empujar no acababa de convencerle, de modo que se le ocurrió sustituirlo por llamar. ¿Empujar la puerta o llamar a la puerta? Incapaz de decantarse por uno u otro, el poeta declamaba desde lo alto del burro el verso repetido en sus dos versiones, imitando con el brazo el gesto de llamar o empujar una puerta imaginaria, ante la mirada atónita de la gente que lo tomaba por loco.
En estas apareció la comitiva de Han Yu (韩愈, 768-824), a la sazón también poeta y alto funcionario de la capital de los Tang, que había salido a inspeccionar. La gente de la calle se hizo de inmediato a un lado para dejarlo pasar, pero no así Jia Dao, que, todavía meditabundo y gesticulando encima del burro, fue detenido por un soldado. Han Yu se acercó a Jia Dao y le preguntó por qué no se había apartado como todo el mundo. Cuando este le contó el dilema, a Han Yu, por entonces consagrado poeta, le conmovió su entrega. En lugar de castigarlo por obstaculizar el paso, Han Yu recogió el guante y le recomendó emplear llamar. La imagen del sonido de unos golpes sobre la puerta en mitad de la noche callada, le explicó, tiene más fuerza.
Esta historia, que dibuja la escritura como una labor ensimismada y abstraída, plagada de dudas y cavilaciones, es también extrapolable (con permiso de los poetas) al trabajo del traductor y, muy especialmente, del traductor literario, enfrentado a la difícil tarea de acomodar imágenes, ideas y significados a una lengua que entiende y representa el mundo con códigos, en ocasiones, muy distintos a los contenidos en el texto de partida.
Jia Dao acabó convirtiéndose en discípulo de Han Yu, aunque no llegó a aprobar nunca el examen que daba acceso al más alto escalafón de la administración imperial (进士, jinshi). La unión de empujar y llamar, entretanto, pasó significar deliberar. ¿O, tal vez, debería decir mejor ponderar? ¿Sopesar ? ¿Cavilar? ¿Considerar?...